domingo, 21 de junio de 2009

La razón (a voluntad)


En Capital, en las terminales de tren, las empresas regalan el diario La razón. Es, cabe destacar, un buen gesto. Porque tal vez ese periódico te acompaña en el regreso a casa, ayuda a que el viaje, y que el tiempo que se pierde, se acorte y se convierta entretenido. Ese diario, que en realidad es seudo gratuito, remplaza al libro olvidado, al reproductor sin pilas, al amigo enfermo, al celular sin crédito.

El problema reside en eso, en que es un periódico que en la teoría debería ser gratuito, que está ahí, que llegó ahí, como para hacerles las cosas un poco más placenteras a los usuarios. Pero ocurre que los pibes de la calle, hijos de la política, se los adueñan, y para darte el diario te piden monedas. ¡Justo monedas!, que se cuidan como si valieran mucho más de su valor, que escasean y son casi imposibles de conseguir. Lo peor de todo esto es que en muchos casos los que gritan el “¡La razón a voluntad!” son nenes y nenas: lamentable.

Una vez entrado en el tren, sin el diario a voluntad, se empieza a cabecear para leer de refilón el que entre sus manos tiene el señor que tenés a tu costado. Tratar de ser lo menos predecible es todo un entrenamiento, que comienza con el estiramiento del cuello y la concentración en la letra, que desde lejos es pequeñísima. Una vez logrado, te podrás enterar bien de las noticias y, de leer tan ligero, esperarás con ansias que el lector voluntarioso cambie de página y llegue rápido a la sección deportes, para ver como forma Huracán el domingo.

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