miércoles, 17 de junio de 2009

Sorpresas en Capital


Una de las primeras veces que fui solo a Capital fue para ir a buscar trabajo, cuando recién terminaba el secundario. En uno de esos viajes, asombrado por el tamaño de la ciudad y por la cantidad de gente, me pregunté miles de cosas y creo que llegué a la conclusión de que la ciudad de mi país es un mundo aparte, en el que la gente no se mira, no se saluda, se choca y no se pide disculpas, se pelea para ver quien se sube primero al colectivo, al taxi, al subte o al tren: viven extremadamente acelerados.

Ya con la costumbre de ir a la facultad, en tren y subte línea C, me adapté y aprendí a manejarme con más soltura. Una vez, en mis primeros viajes, me pasó algo que me marcó para siempre. Sucedió en el subte B, yo iba mirando todas las estaciones para no pasarme. Algo que hacen todos aquéllos que de repente comienzan a manejarse por Capital, aparte de abrazarse fuertemente a la Guía T. Subió un chico alto, rubio, flaco, con barba y aritos y con la foto de un gato. Comenzó explicando que se le había perdido la mascota, que estaba dispuesto a pagar recompensa y que se llamaba Michi. El chico, amanerado a más no poder, tenía mucha convicción en lo que decía, lo que captó la atención de toda la gente presente en ese vagón.
En la otra punta, un gordo pelado y sin barba le contestaba con un grito al inminente gay: “Flaco, dejate de joder, vamos todos a laburar. No es hora de que un puto se ponga a gritar en el subte por un gato de mierda”…
Asombrado, me asusté por la reacción agresiva de ese individuo, hasta que de repente el pelado agresivo anunció con aplausos que él, y el ya no tan gay, formaban parte de un grupo de teatro que hacían improvisaciones, y que ese viernes, a las 21, se presentaban en un barsucho de la calle Corrientes.

Después me bajé en Callao y caminé las cuadras que tenía que caminar para llegar al lugar donde iba. En esas cuadras, las cuatro mas bocacalles, me reí solo.

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